Somos lo que éramos. Ya lo llevábamos dentro cuando lo vivimos hoy. Cuando describí el soneto de Lope a los de tercero y no me atendían porque el calor les desconcentraba, porque no querían concentrarse. He sido el que ya era cuando les he pedido que lo reconstruyan, cuando les he pedido que expliquen su verso favorito, cuando han interpretado el sentimiento humano presente en la frase "Quien lo probó, lo sabe".
He sido yo mismo, he sido los que fueron profesores de este profesor. Pero también algo de algún académico, de Antonio Mendoza, de Pedro Cerrillo. Y, detrás, era yo mismo también Montessori, era Ferrer i Guardia, ya éramos yo cuando desmontaban la educación memorística hace más de un siglo. Y es que aún ellos habían sido ya otros, habían sido Erasmo de Rotterdam, de quien sus alumnos decían que no enseñaba sino que jugaba y que aún les parecía el único que enseñaba, pues era de quien más pudieron aprender. Él no tenía problema en darse cuenta de que era los diálogos de Sócrates, de viva voz o escritos por su discípulo. Y siglos atrás, me daba cuenta sin problema, en 2022, en 2030, en 1502 y el 8000 antes de Cristo, ya éramos lo que somos, siempre lo fuimos.
Y sin embargo, cabalgaba a nuestro lado el otro corcel del carro alado. Ese caballo tozudo, tirando en dirección a la tierra, atávico y catastrófico, con la convicción que tienen los pesimistas en su realismo. El mismo que había corregido una "s" nasal hace unos años en un examen para el mitjá, el que obligó a copiar el pretérito anterior y secretamente había olvidado su definición, también el que jamás leyó la Celestina - por casualidad, porque no hizo falta -. Por supuesto ese también había sido. Este caballo, este profesor, enfrascado en operaciones de lógica en tiempos del trivium y el cuadrivium. Es aún algo de los azotes al escriba sumerio que confundió el orden de las leyes de Hamurabi. Fue algo de los dedos sobre el entrecejo decepcionado del profesor que preguntó qué habían leído de Aristóteles a los hijos de unos moriscos del siglo XV y escuchó "¿Quién es Aristóteles?". Creo que es un Kahoot, también, o algo así ha sido.
Somos dos viejos caballos, atados por el yugo, turnándonos el látigo, despreciando íntimamente cada aleteo del pegaso que nos acompaña. Es curioso, alguna vez creí que mi compañero decaía, que su sombra menguaba y no era así, tampoco en 2030, que eras pasado. Él pensó que yo era pasajero, que el año que viene me habría ido y que le dejarían dar su clase normal - ¿dijo "bien", acaso, o dijo "normal"? -. Odio tu alas, caballo estricto, tus piernas, tus dientes y tus ejercicios del 1 al 12 porque nunca los comentas. Tus dos ojos azabache, vigilantes pero incapaces, solo ven lo que tienen delante, o que tú tienes dentro. La abundancia estúpida con que demandas la dirección del carro también la odio, me irrita esa voz que no cesa. Tú te crees mejor que yo; yo hago un esfuerzo por creerlo.
Ni pasado ni pasajero, Rocinante, estamos atados. Un día tú querrás ser yo un tiempo, unas horas de ilusión, un recuerdo que sí se pueda contar con gracia. Muchos días yo tengo que ser tú, arrastrarme en tu inmundo canon para dotar de contenido las almas que quiero ver moldeadas. Ahora lo sé, caballo del futuro, caballo inmemorial e inmortal como el carro que llevamos al infinito. Endereza tus correas y aprieta el morro pues seguiremos cabalgando, tú junto a mí. Suban estos niños, bajen estos hombres, estas mujeres. Corramos, caballo, queda mucho camino hasta la eternidad.
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